Una vez se me acercan una mamá y sus dos hijas de unos tres y unos seis años. La menor, con esa espontanea actitud de todos los pequeños, me comenta y pregunta, mirándome de frente:
—Tú eres viejo, ¿verdad? ¿Qué edad tienes?
—Unos sesenta y dele. Casi setenta —le respondo.
Ante la sorpresa de su madre, de su hermana y la mía, dice:
—¡Eres viejo! ¡Bien viejo! ¿Y no te has muerto todavía?
Como comprendí, por los gestos de su madre, el regaño que se vendría le digo de inmediato:
—Me mantienen vivo los cuentos y poemas que me sé.
La niña me sonrió y se fue a jugar.
Varios días después se me acercan de nuevo. La madre dice:
—Profesor, la que me hizo.
—¿Qué pasó?
—Ella —me respondió la señora, señalando a la menor— no quiere irse a dormir si no le cuento o le leo un cuento.
—¡Ah! ¡Qué bien!
—¿Pero sabe por qué?
—Usted me dirá.
—Porque así va y se lo cuenta a su abuelo.
Armando Quintero Laplume.
http://cuentosdelavacaazul.blogspot.com/2013/10/sobre-el-origen-de-un-nuevo-libro-para.html citado en el muro personal de
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