Todo lo que tocaba estaba muerto. Suelo y pared inanes, techo de opacidad
engañosa; tocar y sentir asco inmediato ante la indolencia del entorno, que no acusa recibo de mis dedos, dichos, dedos dichos y certezas forzadas para hendir, para henchir de voluntad a mi mundo. ¡A despertar!, gritó un dormido irredimible. Fija la vista en el tapete a cuadros; no completamente de frente, más bien a quince o veinte grados menos. Hasta en la intimidad microscópica de una piedra sordomuda los átomos están llenos de vacío y los electrones giran vivaces a velocidad desquiciante, o están a una vez en todos lados; todo vive si se vive y el movimiento no cesa.
Todo lo que tocaba, no obstante, estaba muerto. La ecuación funcionaba también invirtiendo los términos: si todo estuviera vivo, y yo, conciencia despojada, tocara lo intocable sin armas de tocar. Pon los ojos en el centro del tapete, mejor si no de frente. Nadie puede decir que el tapete está vivo, y sin embargo, si le atiendes, parece latir. Es una figura plana que, cuando le prestas con tu mirada una tercera dimensión, se apresura a latir a su través. ¿Qué tal si en esta imagen se cuela, se revela, la vida plana que ignoramos? Como le insufla latido mi mirada, así recibió mi vida ésta el arquetipo de mí.
Late, todo late, todo vive cuanto vives. Si no ves a este dibujo latir, no apartes de él tus ojos y lo verás. La creatura mineral más ínfima de la naturaleza puede hablarte una historia si le atiendes, si la miras y provocas su latir; y en ella puede aguardar el salario que reclamas. También el tapete que late en tu camino, el damero de misterios vagos,
todo aquéllo de tu mundo que mires con Amor, vive en el acto mismo en que le miras por acto y voluntad de tí, su Redentor. Todo está hecho para responder a tí.
¿Aún no lo adviertes? Por favor: sigue adelante.
con cariño,
(c) iaIr menachem יאיר מנחם
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